Martín Demichelis, director técnico de River, brindó una extensa entrevista a La Nación, en la que tocó varios temas relacionados a su excelente presente al mando del Millonario en la que es, además, su primera experiencia dirigiendo a un equipo de primera división. El ex defensor, sin embargo, dejó a muchos perplejos al conocer parte de su infancia que fue realmente durísima y lo expuso a la hora de responder una consulta referida a la forma de planificar y proyectar.
Su dura infancia
“¿Proyectar? No, no. ¿Sabés por qué? Porque tenía muchos planes y me los arrebataron. Con 15 años no podía entender que mi mamá, enferma, se podía ir. A esa edad uno no se queda sin mamá. Después, tenía tantos planes con mi papá, que era un gran amigo, y de repente en un accidente de tránsito, viniendo de Justiniano Posse a buscar al aeropuerto a mi hermana que regresaba de Europa porque había nacido mi hija Lola, en 2013, encontró la muerte. Mi abuela que nos crió se nos fue, mi abuelo accidentado. Un borracho que te mata a tu hermano mayor, mi único representante que se suicida… Entonces no, no, ya no veo mucho más allá del hoy. Y mirá que vengo de la cultura alemana, que planifican todo a 20 años, y pienso, ‘puta, qué paciencia, qué bárbaro, y no se les inmuta un músculo’. Pero ya no, no puedo planificar más allá del corto plazo, y disfrutar del hoy”.
La posibilidad de ser campeón
Sí, totalmente. Yo utilizo una frase desde que llegué a River: nosotros ganamos, empatamos o aprendemos. Y está claro que cada derrota nos hizo tomar nota de esas experiencias. Y nos fuimos haciendo más fuertes. Nuestra primera derrota [Belgrano] fue en Córdoba, creo que inmerecida, pero aprendimos. Tras nuestra primera derrota como local, con Arsenal, hubo muchísima autocrítica y mucho análisis para con todos. Fuimos y perdimos los dos primeros partidos como visitantes en la Libertadores, con The Strongest en La Paz y con Fluminense en Río, y, de alguna manera, tras esas derrotas nos fuimos haciendo más fuertes. Porque después de eso tuvimos que poner la cara y sacar personalidad para ganar y lo hicimos, como el tremendo desafío que significó ir a Lanús, como en el superclásico, como en la vuelta con Fluminense. Incluso la derrota con Barracas fue un llamado de atención y de respeto hacia el deporte, ¿no?, porque el deporte te puede golpear en cualquier momento si bajás un poquito tu grado de tensión competitiva. Por eso me llena de orgullo y de placer la intensidad y la paciencia del equipo. Como siempre les digo a los chicos cuando los escucho decir ‘atentos, atentos a los primeros 15/20 minutos’, y yo vengo por detrás y les digo ‘atentos, atentos a los primeros 90 minutos’. Dimos un golpe sobre la mesa: River es el mejor equipo del fútbol argentino. Estamos por coronar un lindo objetivo que construimos desde hace siete meses y hay que estar concentrados. Ojalá sea el sábado con nuestra gente”.
Similitud con Scaloni
“Sí, aunque yo creo que la carrera de entrenador no tiene nada que ver con la de jugador. Pero es cierto que la experiencia empírica de haber vivido tantísimas cosas como jugador, en cuatro países diferentes, Argentina, España, Alemania e Inglaterra, y la posibilidad de haber tenido entrenadores de muchas escuelas, me permitió ir tomando nota de cosas que hoy me ofrecen muchas herramientas. Y además, a mí me gusta pensar, y se los digo a los jugadores, que no se trata de tener… eso, digamos testosterona, sino que hay que tener estómago, tripa. Porque hay sensaciones especiales en el campo, como cuando un central se la tiene que bancar mano a mano porque estamos altísimo en el campo y debe esperar la llegada de la ayuda de un compañero. Y para eso hace falta tripa, estómago. Y lo mismo corre para un entrenador: hay que tener tripa. Y a mí, por cómo me golpeó la vida, de alguna manera se me endureció la tripa para ser cauto, calmo, y tener el estómago preparado para cuando parece que se derrumba un partido y llega la hora tomar esas decisiones fuertes y difíciles”.